Folios 36
Bajo el influjo de imaginarios que se mueven a través de la filosofía, la historia, los mitos, las narrativas musicales, los argumentos acerca de la consciencia expandida, desde las novelas de Carlos Castaneda hasta escritos psiconáuticos como los de Terrence McKenna, Luis Guillermo González logra ensamblar un lenguaje vivo que se recrea en los cuerpos de animales y su transformación en hombres o viceversa. Un lenguaje que confabula rituales en un tiempo difuso, quizá el del sueño. «El sueño es una manera modesta de observar la eternidad», dijo Borges; así, la obra de Luis Guillermo se observa atemporal, vista desde la quietud o incluso desde el caos: representa un viaje de un instante, de esos instantes que irrumpen con la secuencia, creando imágenes inmemoriales.
Los nahuales —motivo central en uno de sus discursos visuales— son aquellos acompañantes que guían desde la infancia, se transforman a lo largo de la vida y se disuelven al llegar la muerte. Su presencia puede percibirse de distintas formas, depende el individuo que observa, pueden ser animales, plantas, espacios naturales como lagos o montañas. Las ceremonias son una manera habitual de conjurarlos: en ellas el chamán danza alrededor de una hoguera portando máscaras, toma brebajes mágicos que son un medio para el trance y hay un astro siempre presente. Todos, detalles que vibran en las piezas del artista, jugando con la narración del sueño y el nahual.
La experiencia de Luis Guillermo en el universo de las artes visuales abarca múltiples soportes: lienzos, fibras naturales de hemp orgánico, papeles, madera, barro, cerámica. Con disposición a experimentar, ha trabajado con el grabado, la serigrafía, las impresiones pigmentadas, el acrílico, grafito, óleo, las tintas diversas y recientemente con técnicas europeas en tejidos de lana, acrilán o hilos de algodón. Para el artista, la búsqueda de nuevos materiales es un ejercicio de relevancia capital en sus procesos de creación, pues aporta de esta manera atributos originales a la personalidad de sus piezas.
La obra de Luis Guillermo llama a un despertar de la consciencia, inspirado en estados alterados que en la imagen buscan representar lo oculto, aquella cara que está a la vuelta del pensamiento lógico. El uso de plantas, elementos como agua, fuego, tierra y aire, que se conjuntan en una alquimia para alumbrar las tradiciones de pueblos originarios, sus ritos, danzas, máscaras, cantos, en una forma de arte y expresión visual. Hay una necesidad en el cuerpo de trabajo de Luis Guillermo de hacer una conexión entre lo más profundo del ser y la energía viva que se mueve debajo de todos los seres, una especie de colonia orgánica de numerosos brazos que pretende alcanzar —y lo logra— el alma del espectador.