Sobre los alcances y límites del «fin de la historia»

Concepción Delgado Parra

 

Para comenzar, es importante plantear a qué me refiero con el «fin de la historia». Se trata del estadio último de la evolución política que había predicho Francis Fukuyama (2015). Desde su perspectiva, identificaba dos impulsos que servían de motor de la historia: por una parte, la razón científica que de manera inevitable conduciría al capitalismo y, en esa misma lógica, al desarrollo del individualismo; y, por la otra, el impulso, la voluntad, el deseo de ser reconocido por los otros. 

La consecuencia de estas dos inercias sería el triunfo de la democracia liberal, cuya ideología se impondría de manera hegemónica sobre todas las demás existentes. Según Fukuyama, y de manera muy sintética, en esto radicaría el «fin de la historia». 

Bajo este marco, la integración global de los mercados fue motivo de celebración para muchos intelectuales que veían cumplido el viejo sueño de desterrar a la ideología del debate público y la práctica política. 

Mientras esto sucedía, la globalización neolibera tomaba lugar entre una masa mundial a la que prometía la prosperidad y la abundancia. Las diferencias que habían configurado al mundo durante siglos quedaban borradas frente al entusiasta abrazo del mercado promovido por líderes tan distintos como Tony Blair, Carlos Salinas de Gortari, Atal Bihari, Bill Clinton, Carlos Menem y Fernando Henrique Cardoso (Kent y Bautista, 2020). 

El tan esperado «fin de la historia» llegó atravesado por la necesidad de reconceptualizar las coordenadas políticas, proceso en el que la denominada izquierda se aproximaba al centro en la mayoría de las sociedades del mundo. En este nuevo marco global, la lógica neoliberal se convirtió en el relato que daba sentido al espectro de «lo común» en el terreno mundial. 

En este nuevo escenario, supuestamente libre de ideologías, entronizado por el mercado y dirigido mediante la administración gerencial de la política, toda forma cultural que escapara a la lógica de este nuevo escaparate fue leída en clave de fanatismo irracional y, por lo tanto, identificada con posiciones premodernas (yihadismo o nativismo) (Kent y Bautista, 2020).

 

SOBRE LOS LÍMITES DEL «FIN DE LA HISTORIA»

Pocos años después de la predicción de Fukuyama, Samuel Huntington (1998) vendría a enfriar ese optimismo democrático. En El choque de civilizaciones, Huntington sostuvo que el fin de las ideologías no daría lugar a un mundo poshistórico impulsado por la razón científica y el individualismo. En su lugar, caminaríamos hacia un escenario protagonizado por el choque de grandes bloques culturales homogéneos que denominó civilizaciones. El progreso material no necesariamente conduce a abrazar los valores occidentales, como lo mostró el «resurgimiento islámico». El 11 de septiembre de 2011 inaugurará así un nuevo periodo histórico de conflictos.

Por supuesto, lo anterior no anula determinantemente la tesis de Fukuyama. Finalmente, no ha surgido ninguna forma de organización política alternativa a la democracia liberal. Sin embargo, lo que sí es real, es que estamos asistiendo a la eclosión de nuevos conflictos que poco tienen que ver con los bordes bien definidos entre bloques civilizatorios, pues los valores de la democracia liberal están siendo cuestionados dentro de los límites de Occidente, lo que pone en entredicho la validez del «fin de la historia».

Para argumentar sobre ello diré que el siglo XXI comenzó a mostrar los límites de esta fantasía tecnocrática y liberal. Frente a su fracaso, expresado en el desempleo, la pobreza, la violencia, la desigualdad, la injusticia, renació una narrativa que gira su entusiasmo ideológico hacia la ultraderecha de mediados del siglo XX y, desde allí, a cuestionar la democracia liberal.

Un ejemplo de esto lo constituye el surgimiento de manifestaciones de ultraderecha a escala mundial, enmascaradas bajo la apariencia neoliberal-capitalista. Los neofascistas en Grecia, Alemania y Ucrania; la extrema derecha más allá de Vox, en España; los supremacistas blancos en Estados Unidos y el Reino Unido; los regionalistas xenófobos en Inglaterra, Italia, Francia y Escandinavia. A lo que no escapa, por supuesto, la experiencia de América Latina, abanderada por el oscurantismo fársico de Bolsonaro, en Brasil; la doctrina ultraseguritaria de Bukele, en El Salvador; y el resurgimiento de la ultraderecha reaccionaria, clasista, católica y racista, en México.

Por supuesto, estos discursos de ultraderecha tienen su contraparte con respuestas progresistas radicales que muchas veces rozan con prácticas autoritarias. Vale decir así que, tanto la narrativa de los grupos de ultraderecha como los radicales progresistas, dirigen su crítica a la democracia liberal.

Lo que tenemos frente a nosotros, una vez más, es el regreso a la polarización de las ideologías. El «fin de la historia» vislumbrado por Fukuyama devino en la reconfiguración radicalizada de ideologías surgidas de las desigualdades propiciadas
por la promesa incumplida del progreso científico y la reivindicación del individuo, en la que la democracia liberal sostenía su modelo de reconocimiento de la misma dignidad a todos los hombres y mujeres.

El ideal de un mundo pacificado, después del turbulento siglo XX, marcado por dos guerras mundiales, no tuvo lugar. El paso decidido que parecía indicar que el mundo caminaba hacia el «fin de la historia», como el estadio último de la evolución política, nos dio la espalda. Sin embargo, y con esto quiero concluir mi breve reflexión…

 

HACIA DÓNDE APUNTA EL ESCENARIO PRESENTE: ¿EXISTEN ALTERNATIVAS A LA DEBACLE DE LA DEMOCRACIA LIBERAL?

Lo que tenemos ante nosotros es la posibilidad de pensarnos desde otro lugar, desde otra cultura. La derrota y la barbarie del siglo pasado son innegables signos de la muerte de un «cierto Marx» y, por tanto, de una «cierta izquierda». Pero, la marca que hoy nos convoca a quienes estamos aquí, y a los que están por venir, muestra que por lo menos hemos tenido dos vidas, y, aunque esta segunda no tiene derechos, tiene decisión. En este sentido, la tarea de nuestro tiempo es adelantarnos hacia una afirmación de una cultura basada en la melancolía de la derrota. Y aquí me atrevo a seguir al historiador Enzo Traverso (2019).

Retornar a la melancolía de izquierda significa atender un sentido en el que podamos «ser algo más que liberales». Esto ya lo proponía Marx y lo compartía el movimiento obrero desde 1848, después de la barbarie liberal contra la Comuna de París. Emulando el ejemplo de la «tradición oculta» arendtiana, diré que la cultura de la melancolía de izquierda no forma parte del relato canónico del socialismo ni del comunismo. Está completamente alejada de la epopeya gloriosa, casi siempre ilusoria y falsa, de los triunfos y las grandes conquistas, de las banderas desplegadas, de los héroes venerados, de las certezas por venir.

La melancolía de izquierda es más próxima a la tradición de las derrotas que Rosa Luxemburgo recordaba en vísperas de su muerte. Es la melancolía de Blanqui y de Louise Michel después de la sangrienta represión de la Comuna de París; de Gramsci, que en una prisión fascista vuelve a pensar la relación entre «guerra de posición» y «guerra de movimiento», después del fracaso de las revoluciones
europeas; de Trotsky en su exilio final en México, encerrado detrás de los muros de una casa-búnker en Coyoacán; de Walter Benjamin, quien exiliado en París vuelve a pensar la historia desde el punto de vista de los «ancestros sometidos »; de los comunistas indonesios que sobrevivieron a la gran masacre de 1965; del Che Guevara
en las montañas de Bolivia, consciente de que la vía cubana estaba entrando en un impasse.

Girar, pues, hacia la melancolía de izquierda implica ubicarnos en las antípodas de la resignación. Lo que viene es una apuesta por una melancolía rebelde, no autocompasiva. Una marca inscrita en la historia y en los movimientos que desde hace dos siglos han intentado cambiar el mundo. Justamente porque, a través de la derrota, se trasmite la experiencia revolucionaria de una generación a otra. En esto radica la fuerza de los lenguajes de Marx, de un cierto Marx, de al menos de uno de
sus espíritus. Sin su legado será difícil para las generaciones por venir enfrentar la desilusión derivada de la barbarie que hoy nos habita.

 

Bibliografía
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Huntington, S. (1998). El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. México: Paidós.
Fukuyama, F. (2015). ¿El fin de la historia? y otros ensayos. Madrid: Alianza.
Kent, D. y Bautista D. (2020). «Una epidemia ideológica: las ultraderechas en el mundo actual». Revista Común. Memorias, combates, proyectos. 27 de octubre. Disponible en: https://www.revistacomun.com/blog/una-epidemia-ideolgica-las-ultraderechas-en-elmundo-actual?fbclid=IwAR1XN96c8-rjHuz5JZZhCQLlKQfsI3iPE-9Kl8k_ZoAwoXxOeoY8ECsfNLoc
Traverso, E. (2019). Melancolía de izquierda. México: Fondo de Cultura Económica.