LAURA SOFÍA RIVERO
En pocos versos he visto mi propio reflejo, nítido y fiel, como cuando Rosario Castellanos asegura que no llora en los funerales ni en las catástrofes sino «cuando se le quema el arroz» o «cuando pierde el último recibo del impuesto predial». Yo también lloro con las cosas mínimas. Una singular desolación dejan tras de sí los pequeños fracasos. Aparecen como una mancha en los días buenos, nos recuerdan que la medianía es la condena humana por excelencia y que todo siempre puede salir un poco mal por mucho que nos afanemos en evitarlo.
Entre todas las maneras de fracasar, son las pequeñas caídas las que más duelen. No matan, pero punzan con agudeza; mínimas, molestas y persistentes como la comezón. Un gran fracaso al menos exige un gran intento y eso tiene algo de loable, reta a actuar sin cobardía ni medias tintas, es la gloria o el pozo, nace de arrebatos e ilusiones desproporcionadas y, por lo mismo, puede cristalizar biografías, forjar el carácter y ser digno de la épica.
Pero tras el fracaso cotidiano no hay historia y en eso estriba su crueldad. Nos quedamos con el coraje anidando en nuestras tripas, la desazón vuelta saliva amarga. Patético quien responda con la verdad cuando alguien, tras encontrarse con nuestro semblante descompuesto, pregunte qué nos pasó. Nada. Aquí no pasó nada. O al menos nada digno de contarse. Solo la frustración natural de existir en un mundo imperfecto donde se nos quemó la cena que preparamos durante horas para un ser querido. Este mundo en donde llueve el día que lavamos la ropa o se acaba la tinta de la impresora cuando necesitamos un documento importante. Donde los aparatos electrónicos se traban, los vagones del metro no avanzan, la cuerda de la guitarra se rompe sin motivo, las pantimedias se rasgan camino al trabajo, los botones explotan, las llaves se olvidan, los anteojos se pierden y esa lujosa botella que llevabas como regalo cae de tus manos haciéndose trizas en el suelo cuando el anfitrión abre la puerta.
Qué pesadilla son los fracasos mínimos. Tienen algo magnético que los hace encadenarse uno tras otro.
Y aunque haya días en que parecen venir a borbotones insistiéndonos en que quizá nosotros mismos somos el fracaso mayor, siguen siendo insignificantes y mundanos, cosa pequeña que a nadie importa.
Laura Sofía Rivero es ensayista y docente. Sus libros han merecido el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz 2017 y el Premio Nacional de Ensayo Joven 2020, entre otros. Su obra más reciente es Enciclopedia de las artes cotidianas (2022).