Nuevos sacrificios, viejos sacrificios

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Leonardo Gutiérrez Arellano

Nos rige una democracia suicida. Sobrarán páginas —antiguas y contemporáneas, no lo dudo— en las que se teorice el impulso de autodestrucción gestado en el interior de todas las sociedades; párrafos escritos con más cuidado que este ya habrán trazado la ruta que los Estados siguen desde su ingenua fundación hacia su inevitable muerte. Y, sin embargo, me animo a pensar que la democracia liberal ha perfeccionado, como ninguna otra forma de gobierno en la historia, los mecanismos de su apoptosis. ¿A qué funesta intersección debemos esta agonía anticipada? Acaso el mercado —su deshumanizante dinámica— y las redes —su deshumanizado dominio— han proveído la sinergia perfecta para que la democracia, cabizbaja, tambalee: la precariedad opera como norma, los nacionalismos se articulan con mayor potencia, las noticias falsas se propagan más rápido, los discursos de odio se asimilan sin encontrar resistencia alguna.  

Mark Fisher, partiendo del trabajo de Frederic Jameson y de Slavoj Žižek, popularizó una observación tan terrible como humorística: a menudo nos resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Es más verosímil distraernos con la idea de cataclismos y bestias alienígenas que proponer un mínimo cambio en la configuración del mercado, ese ser hambriento cobijado por las instituciones de la democracia occidental. Ansiosos de pasar el umbral, varios filósofos han urdido planes para la llegada del post capitalismo; muchos de ellos han concluido que la única forma de acabar con el sistema vigente es hipertrofiarlo, saturarlo, darle rienda suelta. Acelerar su choque.   

Hordas de simpatizantes de la extrema derecha digital —movimiento heterogéneo en su ideología, más seguro de sus fobias que de sus filias— han secuestrado el aceleracionismo,  mutándolo en un esfuerzo colectivo por potenciar las tensiones raciales en Norteamérica y Europa. Para sembrar discordias de naturaleza xenofóbica y nacionalista que se amplifican con cada elección, la alt-right ha usado a su favor las contradictorias libertades de discurso y asociación otorgadas por la democracia liberal. Lo mismo en Estados Unidos que en Francia, en Inglaterra que en Alemania.

Pertenece a René Girard la idea de que la semilla de todas las sociedades se encuentra en el sacrificio como fuerza unificadora. Sin importar la fecha, sin importar la geografía, las civilizaciones han procurado construir un orden que les permita canalizar la violencia, convirtiéndola en un rito cíclico de purificación. Un fetiche casi religioso.

No importa la fecha: ya sea contra los filipinos en 1904 o contra los haitianos en 2024, los pueblerinos estadounidenses cometen cotidianamente crímenes de odio contra inmigrantes, acusándolos de comerse a las mascotas del barrio. Y el estruendo de este odio reverbera en las casillas electorales.

No importa la geografía: ya sea en el sur texano o en la periferia parisina, entre los pobladores corre la conspiración de un gran reemplazo, una invasión de extranjeros que buscan perpetrar su propio fenotipo a costa de la hospitalidad del vecindario. Y el estruendo de este odio reverbera en las casillas electorales.

¿Cuántos chivos expiatorios nos quedan antes de que el colapso ocurra?

 

Leonardo Gutiérrez Arellano es escritor y divulgador científico. Ha publicado cuentos, crónicas y ensayos en las revistas Tierra Adentro, Luvina, Vaivén, entre otras. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2023 y del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Estado de Jalisco en la emisión 2023-2024.

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