Folios 32
Muriendo julio en las aguas agitadas por los tiempos de una isla cálida y convulsa, en medio de la revuelta y el sobresalto, vendría al mundo un hombre a fincar con fuerza y enteresa su paso sobre el mundo. Esta isla le daría primera cuna, primer sustento, le daría lengua, le nombraría José y le apellidaría Fors, vigilaría sus primeros pasos y le mostraría la tierra por delante para después expulsarlo de manera violenta en un segundo parto, cruento y doloroso donde comienza la diáspora familiar con la búsqueda de un nuevo hogar que lo llevará primero a los Estados Unidos, como sucedió con la mayoría de los migrantes cubanos opositores al régimen recién instaurado por la revolución y luego a México, en una trashumancia propiciatoria para su educación sentimental y su manera personal de ver y entender el mundo.
José propone vernos siempre desde adentro, con los ojos fijos de la desesperación o con la languidez insoportable del aburrimiento y el desdén, la mirada siempre esta ahí, omnipresente y avasalladora dando fe y testimonio del alma incierta y dubitativa, practicando el voyeurismo indecente de lo diario, el deseo desesperado por el tacto venenoso de la piel que asoma por entre los pliegues barrocos de las telas, por entre la culpa y las manchas ominosas y castrantes del pecado.
La obra de José es gesticulación y ademán, drama y teatro de la vida que se empeña en representar el símbolo que otorgue significancia al papel involuntario que nos toca en el reparto, estigma, carta marcada, bufón o cardenal, todos somos parte de la misma obra que va dando una vuelta en espiral y vuelve a colocarnos sobre las tablas pero siempre de otro modo, aunque en el fondo sea siempre el mismo.
Naturaleza muerta, otoño de hojas, insectos y pájaros muertos, serpientes que reptan sobre la angustia de estar vivos sólo en este momento. La naturaleza está ahí para recordarnos lo que somos: tiempo, masa y espacio, coincidencia de seres singulares aquí y ahora, sensorialidad de los otros, de lo que no somos y reconocemos en la existencia limitada por la temporalidad iluminada del momento de encontrarnos en el mundo y en el cuadro. Piedras para darnos peso en la frágil ligereza de ser piedras como sueños entre el aire que subvierte la gravedad del retrato, la circunspección de lo que acontece entre un segundo y la nada que va quedando atrás.
Del dibujo al grabado, del pastel al acrílico, al óleo, pasando por la escultura, la cerámica y el collage, José ha abrevado en todas las disciplinas y géneros de la plástica su naturaleza curiosa e inquisitiva y un hambre que no conoce concesiones ni miramientos lo ha llevado a ser uno de esos pocos hombres que, a la manera del Renacimiento, puede hacerlo todo con acierto y fortuna, mostrando que el deber del artista es el hacer y rehacer para seguirse buscando, perderse y volver a encontrarse a cada vuelta de tuerca que arma la maquinaria estética que lo define en su propia conciencia crítica y su poética personal del autor en pos de una voz propia.